martes, 19 de enero de 2010

Borrador de preguntas de verano

Por Orlando Barone

¿No le interesaría saber qué efecto o resultado está produciendo la asignación universal por hijo entre los millones de beneficiados? ¿No siente curiosidad por saber cómo favorece a la libertad de prensa y a las pequeñas editoriales, que Papel Prensa haya sido obligada a vender el papel a igual precio a diarios grandes como chicos? ¿No le importaría conocer cuál será el desenlace del caso de los hijos adoptados de la señora de Noble? ¿No le sorprende que este verano argentino, antecedido por noticias de fracaso y de crisis, sea uno de los más exitosos de décadas? ¿No le causa perplejidad que haya carne para multiplicar en millones de asados veraniegos, si se estuvo anunciando que iba a haber tal escasez, que se iba a importar hasta el sandwich de chorizo? ¿Se siente informado acerca de por qué en los gobiernos hasta el 2001 siempre hubo déficit fiscal y vaciamiento de las reservas y por qué ahora sucede todo lo contrario? ¿No le sorprende que quienes durante años de gobierno vaciaron el Banco Central y todas las cajas, ahora, desde la oposición se hayan convertido en sus perros guardianes? ¿Se interroga acerca de por qué hoy los bancos funcionan sin zozobra y ninguno se cierra por quiebra, y por qué los jubilados, los estatales, los maestros etc cobran normalmente y no en bonos o en vales? ¿No le resulta sorprendente que los taxis sean de modelos nuevos o cero kilómetro? ¿Por qué no hay colapso energético ni de combustible? ¿Por qué el ex piloto Piñeiro no sigue prediciendo desastres áreos? ¿Y no le llama la atención que no estén lloviendo los miles de juicios que le iban a hacer al Estado por la democratización del fútbol? Si usted tiene en claro que es más importante ser presidente que vicepresidente ¿por qué los medios hegemónicos creen que es al revés? Y una última duda: ¿No le interesaría que así como le cuentan el horror del terremoto de Haití, también le explicaran por qué Haití, aún sin terremoto, padeció siempre el infortunio? En fin: son preguntas que cualquiera puede hacerse.

Carta abierta leída por Orlando Barone el 15 de Enero de 2010 en Radio del Plata.

miércoles, 13 de enero de 2010

Gracias año; nos dejaste con la boca abierta

por Osvaldo Barone

Quedan pocos días para el festejo de año nuevo. Un festejo que 2009 se merece. Demos gracias a los malos augures que desde aquel año nuevo de hace doce meses anunciaron catástrofes que no se cumplieron. Gracias por el vasto desacierto. Por dejar que fracasaran los heraldos del fracaso. Fuera con las malas pitonisas y los malos deseos. Gracias a esos feroces y divulgados economistas, políticos, periodistas, medios, fundaciones, consultoras, oenegés y charlatanes sueltos, por equivocarse en augurar colapsos; gracias por no acertar, gracias por dejar expuestos al ridículo a las profecías y a sus profetas. Gracias buen año por dejarnos entender qué significa y qué no significan los significantes que vienen envueltos con las noticias. Un aire de cambio de época atraviesa el calendario. Un aire que se lleva a antiguos y yertos anacronismos. Gracias a este despabilamiento que nos permite ver desnudos y sin máscaras a tantos intereses largamente disfrazados de desinterés y ética pomposa. Gracias por revelarnos qué diferencias hay entre el credo y el poder cardenalicio; entre el judaísmo y un rabino rabioso; entre la justicia y el linchamiento; entre la promesa política y romperse el trasero; entre rechazar leyes y crearlas; entre la negación y las ilusiones. Entre la burbuja especulativa y el Estado sólido. Entre el rezongo de la inseguridad jurídica y la convicción soberana. Gracias 2009 porque lograste que las realidades felices desplazaran a las fabulaciones amargas; y porque empujaste a la derecha a salirse de la hipocresía. Gracias por sincerar a los opositores. Por enseñarnos la diferencia entre un gaucho de departamento y un gaucho, entre un campesino y un rentista, entre un aspirante al ALCA y uno al Alba ; entre un colonizado que soba al emisario y un descolonizado que lo pulsea; entre un alcahuete y un militante. Y gracias por dejar que la Argentina pudiera transparentarse a pesar de las veladuras que se propusieron enturbiarla. Y que pudiera dejar a la vista a los alborotados alborotando y a los hacedores, haciendo. No es para tirar manteca al techo pero por suerte hay manteca; no es para tirar la casa por la ventana pero hay casa; no es para hacer aspavientos de consumo, pero hay consumo. No es para exagerar que los jubilados son prósperos pero ya no son excluidos. No es para decir que la Argentina es una fiesta, pero se alejó del plano inclinado. No es para decir que esta es la llegada, pero este puede ser el camino. Sí, año 2009, gracias. Nos dejaste con la boca abierta y a los agoreros con la boca cerrada.

sábado, 2 de enero de 2010

La guerra semántica

por Juan Pablo Vitali

Toda guerra es semántica. De significados y conceptos. De palabras, de símbolos, de “dadores de sentido”. Así se marcan los límites, se generan los contenidos que representan la existencia o la inexistencia de valores, se dibuja el mapa que nos guía en la acción.

Si los demás hablan con nuestro lenguaje, estamos avanzando. Si nosotros hablamos con el lenguaje de los demás, estamos retrocediendo.

Estuve hace mucho en medio de una revolución en marcha que se llamó peronismo. Una revolución que ya no existe, pero todavía recuerdo los conceptos, las actitudes, las sensaciones, las formas, su particular idioma.La palabra que más se oía entonces era “lealtad”. Y esa lealtad se refería a un líder y a un pensamiento revolucionario determinantes de la acción.

Eso nos daba la confianza de saber que no todo era mutable, que la política tenía unos objetivos trascendentes e inamovibles, que había alguien en quien confiar, en el vértice de la conducción revolucionaria.

Las palabras nos daban un marco preciso, la semántica ajena no podía confundirnos. Doctrina, proyecto nacional, tercera posición, continentalismo, comunidad organizada, revolución nacional, conceptos con un contenido simple pero profundo, palabras sentidas, naturales, espontáneas para nuestra identidad.

Luego, había otras palabras un poco más complejas: dispositivo estratégico, consejo superior, orgánica, cuadros políticos. Todo esto establecía un orden: nuestro orden, mantenido casi en la clandestinidad por lo que entonces era todavía un pueblo.

Izquierda y derecha eran palabras que mucho no se usaban, estaba la convicción de que habían sido inventadas para complicar las cosas. Luego, lamentablemente las tuvimos que aprender y sufrir sus consecuencias. Progresismo también era un concepto bastante desconocido. Los de afuera, los ajenos, fueran adversarios o enemigos, eran llamados “gorilas” y eso nos daba una idea clara de a qué nos referíamos.

Imponíamos nuestra agenda semántica, por eso avanzábamos.

Hoy ya nada de eso existe, sólo quise mostrar una situación y exponer una lógica, tomando ejemplos de lo que he vivido.

Hoy las palabras que nos rigen y se supone que nos comunican, son todas ajenas: progresista/reaccionario, democrático/antidemocrático, sustentable/no sustentable, racista/antiracista. Todo es como un gran juego dialéctico, que puede jugarse mientras se respeten las reglas dadas por los inventores del juego.

Luego, el árbitro posee las palabras que operan como penalidades: fascista, nazi, ultraderechista, autoritario, discriminación, populismo, y algunas otras. Para usar estas palabras el árbitro jamás debe justificarse. Eso es parte del juego. No hay contenidos referidos a la lógica o al pensamiento, el nivel intelectual no debe sobrepasar el necesario para jugar según las reglas establecidas, porque entonces te sales del juego, expulsado para siempre. Esa es la semántica vacía y perversa que nos rige.

Sólo que en este juego se juega nuestro destino, y si queremos cambiar los significados para darles contenido y comprender, al final está siempre la fuerza bruta del dueño del tablero.

Y pensar que la gente sencilla de aquella revolución en la que estuve desde niño, manejaba con soltura el significado de sus propios conceptos, no aceptaba más que sus propias reglas, reconocía el valor de su propia semántica.

Con nostalgia me doy cuenta que eso que la semántica actual denomina “la gente” era en aquel entonces todavía, lo que podíamos llamar “un pueblo”.